Introducción

 

Más allá de presentar un ameno relato de viajes, el libro escrito por el comerciante y viajero Marco Polo de Venecia (1254-1324) tuvo dos propósitos fundamentales. El primero cumplir con un papel político y religioso, llevando a los emperadores de los reinos occidentales y a los pontífices de la iglesia católica noticias sobre los imperios de algunas regiones orientales y sobre sus soberanos. Para los estados occidentales resultaba de vital importancia saber hasta dónde era posible extender y ejercer sus poderes frente a unos imperios que, ya desde aquellas épocas, se consideraban misteriosos, inalcanzables y, sobre todo, amenazantes para la tranquilidad y la seguridad del mundo occidental; escenario que daría origen, entre otras cosas, a las Cruzadas.

Marco Polo viaja, además, en un momento histórico estratégico para la política europea: los terribles mongoles, o los tártaros como los llama él en el libro, aquellos guerreros de Gog y Magog de los que la Biblia aseguraba invadirían y destruirían la civilización católica occidental, podrían convertirse en potenciales aliados de los europeos para combatir un poder aún más terrible y peligroso: el reino del Islam. Y no existía nadie más importante para esta alianza que el Gran Kublai Khan, emperador de quien Marco Polo se convertirá en embajador durante más de quince años.

El segundo propósito, simultáneo al primero, fue el de redactar un libro que se convirtiera en una especie de manual y una guía de supervivencia para los múltiples navegantes, mercaderes y comerciantes, que empezaban a aventurarse hacia el Oriente, siguiendo las famosas rutas de la seda y de las especias. Marco Polo se propuso así armar un relato detallado, exhaustivo y preciso sobre los itinerarios posibles, la geografía, las costumbres, las prácticas religiosas, los productos, los animales, los comercios, los peligros y “las maravillas”, con los que se encontrarían todos aquellos que decidieran internarse por estas regiones casi inexploradas.

Regiones que abarcaban territorios de Turquía, Persia (Irán e Irak), Armenia, Afganistán, Indochina, el Tíbet, India, Ceilán, Rusia, Siberia, parte del litoral africano hasta Etiopía, y, por supuesto, China, centro del imperio de Kublai Khan. Quizás debido a esta multitud incontable de provincias, ciudades, aldeas, desiertos, ríos, etc, por los que viajó durante veintiséis años, Marco Polo quiso también subtitular su libro la “Descripción del mundo”.

La aventura de Marco Polo tuvo, por otro lado, causas en las que se combinaron el azar y la herencia de un destino prefijado. Tanto su padre, Nicolo, como sus dos tíos, Marco “el viejo” y Mafeo, ya se habían establecido como comerciantes en la ciudad de Constantinopla desde hacía varios años, y se habían internado por los territorios tártaros del Gran Khan siguiendo varias rutas comerciales. Marco relatará en su libro las peripecias del viaje de regreso de su padre y su tío Mafeo a Venecia desde la corte de Kublai Khan, quienes no veían a la familia desde tiempo atrás. Cuando llega a Venecia, Nicolo se entera de que su esposa ha muerto y que su hijo, Marco, tiene quince años. Como han hecho la promesa solemne de regresar donde el Gran Khan, los Polo, esta vez acompañados por Marco hijo, emprenden la ruta de regreso en el año de 1269. Y será la descripción de esta ruta, con los años de estadía donde Kublai Khan, y de su viaje del retorno definitivo a Italia en 1295, el tema del libro de Marco Polo.

La redacción de este libro no resultó ser menos inesperada que los avatares de sus prolongados viajes. En el año de 1298, Marco Polo cae preso y es encarcelado por lo genoveses. Allí, para sobreponerse al tedio y el infortunio, decide dictar los recuerdos de sus andanzas a un compañero de celda, Rustichello de Pisa. Tal vez por tratarse de un portentoso esfuerzo de memoria, debido a lo detallado que resultará después el libro, Marco Polo advierte y asegura constantemente al lector que todo lo que cuenta y describe es verdadero. A ese interés verídico se sumaría otro de los múltiples propósitos secundarios de su narración: desmentir, desde una observación directa, y hasta cierto punto científica, algunas leyendas que subsistían en la imaginación europea sobre Oriente, como el caso de los unicornios transformados en rinocerontes, para nombrar sólo un ejemplo emblemático.

Sin embargo, Marco Polo confirma, al mencionarlos en su libro, que él tampoco podía dejar de tener fe en ciertos relatos legendarios que sustentaban las creencias religiosas de su tiempo, como la montaña donde se encontraba el Arca de Noé, el Árbol Seco que se mencionaba en el Antiguo Testamento, el sepulcro de Adán, o el fabuloso emperador Preste Juan, descendiente de los Reyes Magos; como tampoco dudar de leyendas aún más fantásticas y diversas como la de los hombres con cola de mono o cabeza de perro, o las ochenta y cuatro encarnaciones de un dios (Buda), o la existencia de los terribles pájaros Roc que podían elevar elefantes por los aires, los mismos monstruos que vio Simbad en Las mil y una noches. De ahí que, a pesar de ser en su gran mayoría un recuento verosímil y verificable, su libro haya terminado por llamarse El libro de las cosas maravillosas de Oriente.

Marco Polo no fue el primero ni el último de los narradores de Oriente, pero sin duda su libro fue uno de los más influyentes para la imagen que Occidente se creó de ese “otro” mundo. Cristóbal Colón llevó en sus viajes un ejemplar del libro cuando se dirigía hacia la fabulosa Cipango, aquel reino en el que Marco Polo, en su descripción, creaba el antecedente de El Dorado, esa otra leyenda que obnubiló a los siguientes navegantes que cruzaron el Gran Mar.

Recuerden los lectores de este Libro al viento que Marco Polo sólo quiso que lo relatado fuera verdadero, pero como afirmó alguien en El Quijote “la mentira es mejor cuando más parece verdadera”.